Las canciones de Frank Sinatra
Una vez más me ratifico en mi idea de que los versos, con las traducciones, pierden su sentido y su musicalidad. Tanto es así que algunos llegan a parecer obra del traductor del navegador antes que de una persona. Salvo los Veinticinco poemas de Cavafis (Lumen, 1971) en versión de Juan Ferraté, y poco más, ésa ha sido la norma general en mi experiencia como lector. Ahora bien, la gracia de las traducciones de la Colección Espiral de la Editorial Fundamentos no consiste en el acierto de sus versiones españolas sino en su asombrosa capacidad para descubrir el universo de una formación o de un artista. El número dedicado a Frank Sinatra es paradigmático a este respecto. Así, aunque el contenido de las letras de La voz reviste tan poco interés para mí como atractivo tiene su música, vengo a reconocer aquí lo esclarecedora que ha sido la lectura de sus Canciones.
Para empezar, la semblanza de Paula Serraller que abre el texto, de escritura tan concisa que da lugar a una lectura vertiginosa, ha resultado ser la mejor noticia biográfica del magistral vocalista que me ha sido dada. Casi podría decirse que resume en cuatro páginas esa vida para la que Kitty Kelley -acaso la inventora de ese nefasto subgénero de la biografía denigrante, no autorizada- necesita 540.
Escuché a Sinatra por primera vez en el EP de Extraños en la noche. Debería de tener yo siete u ocho años. Ya entonces, su música me transportó al fabuloso mundo de las películas, a esa América (Estados Unidos) mítica, un reino de placeres como los mostrados en el cine. Creo que a todos los locos por Sinatra que he conocido desde entonces les sucede algo muy parecido. Naturalmente, eso no puede traducirse. Los consabidos enamoramientos de los que hablan la mayoría de las canciones sólo me interesan porque es lo que dicen piezas como All the Way, Nice ‘n' Easy o They Can't Take That Away From Me, grandes clásicos de esa música estadounidense que amo tanto como al Hollywood de los años 40.
Ya sabía de esa hormiga que mueve piedras más grandes que ella misma porque tiene grandes esperanzas, la protagoniza High Hopes. Y es que Sinatra, como señala Serraller es uno de los intérpretes que mejor han vocalizado de toda la historia, lo que quiere decir que se le entiende perfectamente cuando canta. Fue Tommy Dorsey "cuya capacidad pulmonar le permitía ejecutar dieciséis compases sin tomar aliento", cuenta la introductora, quien enseñó a Sinatra esas habilidades.
Quedándome la paternidad tan lejana como la conciencia de clase, la letra de Soliloquy, donde un padre imagina lo que será su hijo, me ha chocado tanto como la manida perorata sobre la democracia estadounidense de la de The House I Live In (That's América to Me). En cualquier caso, nada nuevo. Una a una, la traducción de las canciones sólo me ha descubierto el verdadero sentido de One for My Baby (and One More for the Road). No es como yo pensaba una copa por mi chica y otra para la carretera. Esa carretera por la que echa el último trago, es el camino que separa al último borracho de un bar de su casa. Llama la atención como gravita el alcohol en todo Sinatra. Yo mismo bebí mi primer sorbo de whisky -no llegó a un vaso- escuchando Extraños en la noche.
Son tres los Sinatra en los que se articula la semblanza, en base a sus distintas compañías discográficas; el de la Columbia, el de la Capitol y el de la Reprise. Si se suman las tres, bien puede decirse que su carrera abarca la totalidad de la historia del vinilo. Los primeros elepés aparecieron en los años 50, cuando Sinatra grababa para la Capitol, y su vida hasta se prolongó hasta entrados los 90, cuando fueron desbancados por los cds en los que ya aparecieron los duetos del artista. Bien es cierto que el Sinatra de la Columbia es el de la orquesta de Tommy Dorsey, el que arrullaba los corazones de las jóvenes necesitadas de mimos porque sus novios combatían en la Segunda Guerra Mundial. Pero el Sinatra de la capitol es el de swing, el arreglado por mi dilecto Nelson Riddle. Nada que ver con el arreglado por Don Costa, mucho más cercano al pop, que sustituye los metales por una gran base de cuerdas. Todavía es ahora cuando el Sinatra de la Capitol suena que impresiona frente a ese sonido apagado de las grabaciones de la Columbia, mucho más rudimentaria, que he ido adquiriendo en cds baratos.
Publicado el 15 de septiembre de 2012 a las 21:00.